EL HALCÓN COMÚN O PEREGRINO.
En el mes de febrero los
halcones peregrinos presienten la primavera. Macho y hembra se persiguen en
raudos y acrobáticos vuelos, imitando fogosas persecuciones de caza. Los
científicos llaman paradas nupciales a estos juegos amorosos. Quien no haya
contemplado a los halcones peregrinos ascendiendo en círculos perfectos,
picando en caídas verticales y cambiando de manos, en pleno cielo, una presa
recién capturada, no sabe lo que es la perfección, la velocidad y la agilidad
en el vuelo. Durante toda la época de paradas nupciales, el halcón macho vigila
constantemente para expulsar de su territorio a cualquier congénere que
pretenda invadirlo. Los feudos de los halcones suelen tener de dos a cinco
kilómetros de radio y sus propietarios no permiten a otros peregrinos cazar en
el interior de sus fronteras. Con ello, los halcones delimitan la densidad de
sus poblaciones, de manera que nunca resultan demasiado numerosos ni
perjudiciales para las aves que constituyen su alimento.
A principios de marzo, el halcón
hembra -bastante más grande que el macho- deposita de dos a cuatro huevos en
una oquedad natural e inaccesible del roquedo o en un viejo nido de cuervo. La
incubación dura treinta y cinco días. Los polluelos aparecen cubiertos de
blanco plumón durante las dos primeras semanas. La madre vigila afanosamente el
nido, expulsando a cualquier presunto enemigo, aunque sea del tamaño de un
zorro o de un lobo, como he podido observar en algunas ocasiones. El macho caza
para toda la familia. Transporta las presas en las garras hasta las
inmediaciones del nido, donde se las entrega a la hembra. Ésta se encarga de
desplumar y despedazar las aves para alimentar a sus polluelos.
Durante sus dos segundas
semanas, los halcones se van cubriendo de plumas. Al mes y medio, totalmente
vestidos, están en condiciones de emprender el vuelo. Como puede observarse en
las fotografías, los halcones jóvenes o inmaduros son de color pardo rojizo.
Hasta después de la primera muda no adquieren los tonos grises y azulados de
los ejemplares adultos. Un mes entero permanecen los jóvenes halcones viviendo
en la roca paterna, después de haber abandonado el nido. Durante todo este
tiempo son instruidos en la caza por los adultos. Para ello, el halcón macho
suele transportar presas que deja caer en el aire, para que sus hijos las
capturen en pleno vuelo. Paulatinamente, a medida que sus músculos y sus alas
se fortalecen, los jóvenes halcones acompañan a sus padres en las cacerías.
Félix Rodríguez de la Fuente
Los adolescentes y sus contextos de convivencia.
El
significado de ser adolescente en la actualidad.
Aunque en la adolescencia se pueden divertir, aprender y
disfrutar de miles de oportunidades que da la vida, es una etapa difícil,
porque durante ella se enfrentan a cambios de todo tipo y comienzan a percibir
realidades que antes no tenían presentes.
Ahora su entorno empieza a mostrarnos que también puede ser
hostil y no siempre agradable, se encuentran con problemas como las drogas, la
violencia, sexualidad, etc. Muchas veces, el medio social en que viven, los
hace enfrentar problemas de este tipo, pero también les brinda la orientación y
protección necesaria para prevenirlos y combatirlos a través de algunas
instituciones capacitadas, además de los amigos, los maestros y la familia. En
esta época de la vida enfrentan ciertas situaciones de riesgo en las que tienen
que tomar decisiones para evitar problemas que pueden acarrean perdida de salud
física emocional, psicológica depresión e incluso la muerte. ¿Cuáles son las
características de los jóvenes durante la adolescencia? La adolescencia es un
periodo en el desarrollo biológico, psicológico, sexual y social inmediatamente
posterior a la niñez y que comienza con la pubertad. Su rango de duración varía
según las diferentes fuentes y opiniones médicas, científicas y psicológicas,
pero generalmente se enmarca su inicio entre los 10 a 12 años, y su
finalización a los 19 o20.Para la Organización Mundial de la Salud, la
adolescencia es el período comprendido entre los 10 y 19 años y está
comprendida dentro del período de la juventud-entre los 10 y los24 años-. La
pubertad o adolescencia iniciales la primera fase, comienza normalmente a los
10 años en las niñas y a los 11 en los niños y llega hasta los 14-15 años. La
adolescencia media y tardía se extiende, hasta los 19 años. A la adolescencia
le sigue la juventud plena, desde los 20 años hasta los 24 años.
Algunos psicólogos
consideran que la adolescencia abarca hasta los 21 años e incluso algunos autores han extendido en
estudios recientes la adolescencia a los 25 años
LA LECTURA
La lectura es la práctica más importante para el estudio. En las asignaturas de
letras, la lectura ocupa el 90 % del tiempo dedicado al estudio
personal. Mediante la lectura se adquiere la mayor parte de los conocimientos y
por tanto influye mucho en la formación intelectual.
Mediante la lectura se reconocen las palabras, se capta
el pensamiento del autor y se contrasta con el propio pensamiento
de forma crítica. De alguna forma se establece un diálogo
con el autor. Laín Entralgo definió la lectura como "silencioso coloquio
del lector con el autor".
Se pueden distinguir tres clases de lecturas: una de distracción, poco
profunda, en la que interesa el argumento pero
no el fijar los conocimientos; otra lectura es
la informativa, con la que se pretende tener una visión general del tema, e
incluso de un libro entero; y por fin, la lectura de estudio o formativa, que
es la más lenta y profunda y pretende
comprender un tema determinado.
Los dos factores de la lectura son la velocidad y
la comprensión. La velocidad es el número de palabras que
se leen en un minuto y suele ser de 200 a 250 en un
estudiante normal. La comprensión se puede medir mediante
una prueba objetiva aplicada inmediatamente
después de hacer la lectura. Se suele medir de
0 a 10, y suele ser de 6 a 7 en una lectura
normal. Es necesario que se evite siempre la lectura mecánica,
es decir, sin comprensión y se ponga esfuerzo por leer todo lo
deprisa que se pueda y asimilando el mayor número de conocimientos
posibles. Con esto se aumenta la concentración
y mejora la velocidad de lectura sin bajar la
comprensión.
Si se quiere conseguir una gran velocidad de lectura, doblando
o triplicando la velocidad actual sin bajar la comprensión,
se debería hacer un curso de lectura rápida, que mediante
un entrenamiento específico se puede conseguir una gran
velocidad, como la alcanzada por el presidente Kennedy
que llegaba a las 1200 palabras por minuto.
Antes de empezar a estudiar una lección es conveniente
hacer una exploración, es decir, observarla por encima,
viendo de qué tratan las distintas preguntas, los dibujos, los esquemas, las
fotografías, etc. De esta forma se tiene una idea general del tema. El segundo
paso sería hacerse preguntas de lo que se sabe en relación al tema y tratar de
responderlas. Así se enlazan los conocimientos anteriores con los nuevos.
Arturo Ramo García
LAS VACAS DE QUIVIQUINTA
Francisco Rojas González
del Libro “El Diosero”
Los perros de Quiviquinta tenían
hambre; con el lomo corvo y la nariz hincada en los baches de las callejas, el
ojo alerta y el diente agresivo, iban los perros de Quiviquinta; iban en
manadas, gruñendo a la luna, ladrando al sol, porque los perros de Quiviquinta
tenían hambre…
Y también tenían hambre los
hombres, las mujeres y los niños de Quiviquinta, porque en las trojes se había agotado
el grano, en los zarzos se había consumido el queso y de los garabatos ya no
colgaba ni un pingajo de cecina…
Sí, había hambre en Quiviquinta;
las milpas amarillearon antes del jiloteo y el agua hizo charcas en la raíz de
las matas; el agua de las nubes y el agua llovida de los ojos en lágrimas.
En los jacales de los coras se
había acallado el perpetuo palmoteo de las mujeres; no había ya objeto,
supuesto que al faltar el maíz, faltaba el nixtamal y al faltar el nixtamal, no
había masa y sin ésta, pues tampoco tortillas y al no haber tortillas, era que
el perpetuo palmoteo de las mujeres se había acallado en los jacales de los
coras.
Ahora, sobre los comales, se
cocían negros discos de cebada; negros discos que la gente comía, a sabiendas
de que el torzón precursor de la diarrea, de los ―cursos‖, los acechaba.
— Come, mi hijo, pero no bebas
agua —aconsejaban las madres.
— Las gordas de cebada no son
comida de cristianos, porque la cebada es ―fría‖ —prevenían los viejos,
mientras llevaban con repugnancia a sus labios el ingrato bocado.
— Lo malo es que para el año que
entra ni semilla tendremos —dijo Esteban Luna, mozo lozano y bien puesto, quien
ahora, sentado frente al fogón, miraba a su mujer, Martina, joven también, un
poco rolliza pero sana y frescachona, que sonreía a la caricia filial de una
pequeñuela, pendiente de labios y manecitas de una pecho carnudo, abundante y
moreno como cantarito de barro.
— Dichosa ella —comentó Esteban—
que tiene mucho de donde y qué comer.
Martina rió con ganas y pasó su
mano sobre la cabecita monda de la lactante.
— Es cierto, pero me da miedo de
que se empache. La cebada es mala para la cría…
Esteban vio con ojos tristones a
su mujer y a su hija.
— Hace un año —reflexionó—, yo no
tenía de nada y de nadie por que apurarme… A hoy dialtiro semos tres… Y con
l‘hambre que si‘ha hecho andancia.
Martina hizo no escuchar las
palabras de su hombre; se puso de pie para llevar a su hija a la cuna que
colgaba del techo del jacal; ahí la arropó con cuidados y ternuras. Esteban seguía
taciturno, veía vagamente cómo se escapaban las chispas del fogón vacío, del
hogar inútil.
— Mañana me voy p‘Acaponeta en
busca de trabajo…
— No, Esteban —protestó ella—.
¿Qué haríamos sin ti yo y ella?
— Fuerza es comer, Martina… Sí,
mañana me largo a Acaponeta o a Tuxpan a trabajar de peón, de mozo, de lo que
caiga.
Las palabras de Esteban las había
escuchado desde las puertas del jacal Evaristo Rocha, amigo de la casa.
— Ni esa lucha nos queda, hermano
—informó el recién llegado—. Acaban de regresar del norte Jesús Trejo y
Madaleno Rivera; vienen más muertos d‘hambre que nosotros… Dicen que no hay
trabajo por ningún lado; las tierras están anegadas hasta adelante de
Escuinapa… ¡Arregúlale nomás!
— Entonces… ¿Qué nos queda?
—preguntó alarmado Esteban Luna.
— ¡Pos vé tú a saber…! Pu‘ay
dicen quesque viene máiz de Jalisco. Yo casi no lo creo… ¿Cómo van a hambriar a
los de po‘allá nomás pa darnos de tragar a nosotros?
— Que venga o que no venga máiz,
me tiene sin cuidado orita, porque la vamos pasando con la cebada, los
mezquites, los nopales y la guámara… Pero pa cuando lleguen las secas ¿qué
vamos a comer, pues?
— Ai‘stá la cuestión… Pero las
cosas no se resuelven largándonos del pueblo; aquí debemos quedarnos… Y más tú,
Esteban Luna, que tienes de quen cuidar.
— Aquí, Evaristo, los únicos que
la están pasando regular son los que tienen animalitos; nosotros ya echamos a
l‘olla el gallo… Ahí andan las gallinas sólidas y viudas, escarbando la tierra,
manteniéndose de pinacates, lombrices y grillos; el huevito de tierra que dejan
pos es pa Martina, ella está criando y hay que sustanciarla a como dé lugar.
— Don Remigio ―el barbón‖ está
vendiendo leche a veinte centavos el cuartillo.
— ¡Bandidazo…! ¿Cuándo se había
visto? Hoy más que nunca siento haber vendido la vaquilla… Estas horas
ya‘staría parida y dando leche… ¿Pa qué diablos la vendimos, Martina?
— ¡Cómo pa qué, cristiano…! ¿A
poco ya no ti‘acuerdas? Pos p‘habilitarnos de apero hor‘un‘año. ¿No mercates la
coa? ¿No alquilates dos yuntas? ¿Y los pioncitos que pagates cuando l‘ascarda?
— Pos ahoy, verdá de Dios, me doy
de cabezazos por menso.
— Ya ni llorar es bueno, Esteban…
¡Vámonos aguantando tantito a ver qué dice Dios! —agregó resignado Evaristo
Rocha.
Es jueves, día de plaza en
Quiviquinta. Esteban y Martina limpiecitos de cuerpo y ropas van al mercado,
obedeciendo más a una costumbre, que llevados por una necesidad, impelidos
mejor por el hábito que por las perspectivas que pudiera ofrecerles el
―tianguis‖ miserable, casi solitario, en el que se reflejan la penuria y el
desastre regional, algunos ―puestos‖ de verduras marchitas, lacias; una mesa
con vísceras oliscadas, cubiertas de moscas; un cazo donde hierven dos o tres
kilos de carne flaca de cerdo, ante la expectación de los perros que, sobre sus
traseros huesudos y roñosos, se relamen en vana espera del bocado que para sí
quisieran los niños harapientos, los niños muertos de hambre que juegan de
manos, poniendo en peligro la triste integridad de los tendidos de cacahuates y
de naranjas amarillas y mustias.
Esteban y Martina van al mercado
por la Calle Real de Quiviquinta; él adelante, lleva bajo el brazo una
gallinita ―búlique‖ de cresta encendida; ella carga a la chiquilla. Martina va
orgullosa de la gorra de tira bordada y del blanco roponcito que cubre el
cuerpo moreno de su hijita.
Tropiezan en su camino con
Evaristo Rocha.
— ¿Van de compras? —pregunta el
amigo por saludo.
— ¿De compras? No, vale, está muy
flaca la caballada; vamos a ver que vemos… Yo llevo la ―búlique‖ por si le
hallo marchante… Si eso ocurre, pos le merco a ésta algo de ―plaza‖…
— ¡Que así sea, vale… Dios con
ustedes!
Al pasar por la casa de don
Remigio ―el barbón‖, Esteban detiene su paso y mira, sin disimular su envidia,
cómo un peón ordeña una vaca enclenque y melancólica, que aparta con su rabo la
nube de moscas que la envuelve.
— Bien‘haigan los ricos… La
familia de don Remigio no pasa ni pasará hambre… Tiene tres vacas. De malas
cada una dará sus tres litros… Dos p‘al gasto y lo que sobra, pos pa venderlo…
Esta gente sí tendrá modod de sembrar el año que viene; pero uno…
Martina mira impávida a su
hombre. Luego los dos siguen su camino.
Martina descorteza con sus
dientes chaparros, anchos y blanquísimos, una caña de azúcar. Esteban la mira
en silencio, mientras arrulla torpemente entre sus brazos a la niña que llora a
todo pulmón.
La gente va y viene por el
“tianguis” sin resolverse siquiera a preguntar los precios de la escasa
mercancía que los tratantes ofrecen a grito pelado… ¡Está todo tan caro!
Esteban, de pie, aguarda. Tirada,
entre la tierra suelta, alea, rigurosamente maniatada, la gallinita “búlique”.
— ¿Cuánto por el mole? —pregunta
un atrevido, mientras hurga con mano experta la pechuga del avecita para
cerciorarse de la cuantía y de la calidad de sus carnes.
— Cuatro pesos —responde Esteban…
— ¿Cuatro pesos? Pos ni que juera
ternera…
— Es pa que ofrezcas, hombre…
— Doy dos por ella.
— No… ¿A poco crés que me la
robé?
— Ni pa ti, ni pa mí… Veinte
reales.
— No, vale, de máiz se los ha
tragado.
Y el posible comprador se va sin
dar importancia a su fracasada adquisición.
— Se l‘hubieras dado, Esteban, ya
tiene la güevera seca de tan vieja —dijo Martina.
La niña sigue llorando; Martina
hace a un lado la caña de azúcar y cobra a la hija de los brazos de su marido.
Alza su blusa hasta el cuello y deja al aire los categóricos, los hermosos
pechos morenos, trémulos como un par de odres a reventar. La niña se prende a
uno de ellos; Martina, casta como una matrona bíblica, deja mamar a la hija,
mientras en sus labios retoza una tonadita bullanguera.
El rumor del mercado adquiere un
nuevo sonido; es el motor de un automóvil que se acerca. Un automóvil en
Quiviquinta es un acontecimiento raro. Aislado el pueblo de la carretera, pocos
vehículos mecánicos se atreven por brechas serranas y bravías. La muchachada
sigue entre gritos y chacota al auto que, cuando se detiene en las cercanías de
la plaza, causa curiosidad entre la gente. De él se apea una pareja: el hombre
alto, fuerte, de aspecto próspero y gesto orgulloso; la mujer menuda, debilucha
y de ademanes tímidos.
Los recién llegados recorren con
la vista al ―tianguis‖, algo buscan. Penetran entre la gente, voltean de un
lado a otro, inquieren y siguen preocupados su búsqueda.
Se detienen en seco frente a
Esteban y Martina; ésta, al mirar a los forasteros se echa el rebozo sobre sus
pechos, presa de súbito rubor; sin embargo, la maniobra es tardía, ya los
extraños habían descubierto lo que necesitaban:
— ¿Has visto? —pregunta el hombre
a la mujer.
— Sí —responde ella
calurosamente—. ¡Ésa, yo quiero ésa, está magnífica…!
— ¡Que si está! —exclama el
hombre entusiasmado.
Luego, sin más circunloquios, se
dirige a Martina:
— Eh, tú, ¿no quieres irte con
nosotros? Te llevamos de nodriza a Tepic para que nos críes a nuestro hijito.
La india se queda embobada,
mirando a la pareja sin contestar.
— Veinte pesos mensuales, buena
comida, buena cama, buen trato…
— No —responde secamente Esteban.
— No seas tonto, hombre, se están
muriendo de hambre y todavía se hacen del rogar —ladra el forastero.
— No —vuelve a cortar Esteban.
— Veinticinco pesos cada mes.
¿Qui‘húbole?
— No.
— Bueno, para no hablar mucho,
cincuenta pesos.
— ¿Da setenta y cinco pesos? Y me
lleva a “media leche” —propone inesperadamente Martina.
Esteban mira extrañado a su
mujer; quiere terciar, pero no lo dejan.
— Setenta y cinco pesos de “leche
entera”… ¿Quieres?
Esteban se ha quedado de una
pieza y cuando trata de intervenir, Martina le tapa la boca con su mano.
— ¡Quiero! —responde ella. Y
luego al marido mientras le entrega a su hija—: Anda, la crías con leche de
cabra mediada con arroz… a los niños pobres todo les asienta. Yo y ella estamos
obligadas a ayudarte.
Esteban maquinalmente extiende
los brazos para recibir a su hija.
Y luego Martina con gesto que
quiere ser alegre:
— Si don Remigio ―el barbón‖
tiene sus vacas d‘ionde sacar el avío pal‘año que‘ntra, tú, Esteban, también
tienes la tuya… y más rendidora. Sembraremos l‘año que‘ntra toda la parcela,
porque yo conseguiré l‘avío.
— Vamos —dice nervioso el
forastero tomando del brazo a la muchacha.
Cuando Martina sube al coche,
llora un poquitín.
La mujer extraña trata de
confortarla.
— Estas indias cora —acota el
hombre— tienen fama de ser muy buenas lecheras…
El coche arranca. La gente del
“tianguis” no tiene ojos más que para verlo partir.
Esteban llama a gritos a Martina.
Su reclamo se pierde entre la algarabía.
Después toma el camino hacia su
casa; no vuelve la cara, va despacio, arrastrando los pies… Bajo el brazo, la
gallina “búlique” y, apretada contra el pecho, la niña que gime huérfana de sus
dos cantaritos de barro moreno.
La leyenda de la xtabay
Esta es la historia de dos hermanas de gran belleza, una de
ellas era Xtabay conocida como XKEBAN (la pecadora), por que se entregaba al
amor. Las personas del pueblo la despreciaban y le huían como algo
desagradable, aunque su cuerpo y su pasión la maldecían su corazón la redimía,
ya que curaba a los enfermos, y amparaba a los más desprotegidos, así como
amaba a los animales. Su hermana conocida por el mismo pueblo como UTZ-COLEL
(mujer buena), era todo lo contrario, pura, justa, y jamás había hecho algo
malo que disgustara o juzgara el pueblo, la gente la apreciaba. Pero en su
interior era rígida, y dura de corazón, incapaz de amar a sus semejantes por
considerarlos inferiores. A los enfermos los consideraba repugnantes, dura como
piedra, estricta así era esta hermosa mujer.
Un mal día la gente no vio salir a la XKEBAN de su casa. Así
pasaron días. Los pobladores acudieron a su casa de la cual salía un aroma
agradable. En el interior descubrieron su cuerpo sin vida en el suelo el cual
aun se conservaba gracias a los animales que velaban el cuerpo inerte de XKEBAN
a lo cual UTZ-COLEL lejos de sentir dolor solo expreso esto es cosa del diablo
y añadió si el cadáver de una pecadora puede desprender aromas tan agradables,
mi cadáver destilara un perfume mucho más agradable y sonrió. Al entierro solo
fueron los enfermos que había sanado, al día siguiente su tumba amaneció
cubierta de flores hermosas llenas de color y de sutil aroma.
Después de un tiempo falleció UTZ-COLEL. Aun virgen seguro
alcanzaría la gracia de dios. Tan rápido como falleció su cuerpo empezó a
desprender un olor fétido. Enseguida la enterraron y todo el pueblo estuvo
presente. Le adornaron la tumba con hermosas flores, que al amanecer habían
marchitado y su olor era desagradable. Los pobladores dijeron entonces esto es
cosa del diablo.
En la tumba de la XKEBAN brota una flor tan singular llamada
FLOR DE XTABENTUN. El néctar de esa flor embriaga dulcemente como una vez lo
hizo su amor y su pasión. Mientras que en la tumba de UTZ-COLEL broto una FLOR
DE TZACAM la cual es un cactus con espinas que al tocarla es muy fácil punzarse
y de la cual brota una flor hermosa sin perfume alguno. Así como fue en vida
una hermosa mujer sin alma sin esencia. Era tanto su odio a su hermana que
después de su muerte logro regresar con la ayuda de los malos espíritus,
enfadada por el desigual destino que habían tenido UTZ-COLEL se convirtió en la
mala Xtabay la cual surge del TZACAM para imitar a su hermana en vida,
ofreciendo su mundano amor a los hombres, la cual los aguarda en las ceibas,
peinando su larga cabellera con un trozo de TZACAM erizado de púas. Sigue a los
hombres hasta que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en
el frenesí de un amor infernal